martes, 16 de abril de 2024

A orillas del Henares.

3.HISTORIA (XII, Siglo XX, II).

En el aspecto político no había cambiado nada. Si en el periodo 1877-1886 la provincia de Guadalajara responde unánimemente a los deseos del partido en el poder, en el periodo 1890-1907, en el que ha habido un aumento del censo, aparece el caciquismo como forma de control. El gran cacique es el conde de Romanones y su tutela sobre la provincia es total. Los conservadores potenciaban el caciquismo; su relación con la Iglesia, principalmente en el distrito electoral de Sigüenza, justificaba su presencia. La ley electoral de 1907 no mejoró la situación; no hubo renovación ideológica ni personal puesto que de 1910 a 1930, en siete elecciones generales, sólo se eligieron 14 personas diferentes.


Caricatura satírica de Romanones, "fabricando diputados provinciales a su imagen y semejanza" a partir de la masa electoral correspondiente, por Moya.

 

El poder se concentraba de forma unipersonal y el conde de Romanones permaneció como diputado del distrito de Guadalajara desde 1891 a 1936; en 1905 lo fue también por Sigüenza y en el primer intento había fracasado por el distrito de Alcalá de Henares. Conseguido el escaño recurrió a todo para mantenerlo. Durante la dictadura de Primo de Rivera se le llamaba “rey de Guadalajara”.

Las fuerzas vivas de la zona hacían acto de presencia en todos los actos importantes. El obispo de Sigüenza fue uno de los que recibieron a Alfonso XIII en Madrid al término de su viaje a Italia en diciembre de 1923 y asistió en Toledo al entierro del cardenal primado Reig y Casanova en 1927. En Alcalá de Henares, la Unión Patriótica rindió homenaje al Presidente del Gobierno en un acto de afirmación celebrado en el Teatro Cervantes el 25-4-1926. En este acto, el dictador comentó sus intenciones futuras con respecto al parlamentarismo. 

A la altura de 1930 se produjo el último intento caciquil frente a posibles cambios futuros. El panorama electoral parecía claro. La situación para el gobernador civil consistía en que la única fuerza política existente en la provincia era el romanonismo. Las distintas corporaciones, la Diputación Provincial y su presidente Antonio Bernal, y los principales ayuntamientos eran en su casi totalidad partidarios personales suyos; sólo auguraba pues el triunfo a aquellos candidatos que Romanones propusiese. No existían al parecer sindicatos no afiliados a CNT y los socialistas; éstos mantenían una Casa del Pueblo en la capital, una Agrupación socialista con 76 socios y 1.200 obreros asociados. Tampoco existían, según su criterio, elementos comunistas, regionalistas, etc.

Fotografía de Pedro Alberto García Bilbao
En abril de 1931 se celebraron las elecciones municipales. En Guadalajara, con 408 municipios, 2.663 concejales fueron elegidos por 50.622 electores, con un 50% de participación. Por el artículo 29, es decir, sin lucha electoral, se eligieron 788 concejales: 232 republicanos, 26 del PSOE, 75 monárquicos, 84 de otros y 371 no consta. Por votación se eligieron 1.875: 749 republicanos, 165 del PSOE, 129 monárquicos, 94 de otros y 738 no consta. En conjunto los republicanos-socialistas obtuvieron el 44% y los monárquicos el 7,6%. Guadalajara era una de las provincias del centro con mayor porcentaje de votos republicano-socialistas y destaca por los pobres resultados monárquicos, siendo el feudo por excelencia del líder monárquico-liberal, el conde de Romanones. Más inverosímil es que el triunfo republicano fuera mayor en los ayuntamientos constituidos por el Art. 29, 49%, que en los de votación popular, 42%, lo contrario de lo que sucedió en el resto de España.

En Guadalajara capital, 20 concejales fueron elegidos, entre 104 candidatos, por 2.612 electores de los que hubo 2.076 votantes, el 79%. Los resultados fueron: monárquicos-7 (Liberales-6, independientes-1), republicanos-socialistas-9 (PSOE-4, republicanos indeterminados-6), apolíticos-4. Triunfo ajustado de la izquierda. Se señaló como causa de la derrota monárquica su desunión, puesto que se llegó a confeccionar dos listas con la aprobación Romanones: la Monárquica de Coalición (romanonista) y la Monárquica Independiente. Finalmente, esta última se retiró. La izquierda contaba con menos poder de difusión por la escasez de prensa adepta, contándose únicamente con el semanario socialista Avante en Guadalajara.

El alcalde de la conjunción republicano-socialista Marcelino Martín, rodeado de los concejales electos, posa en el Sotillo tras la celebración del 1º de mayo de 1931. Fila superior: Ricardo Calvo, Santiago Abad, Francisco López Moratilla, Santiago Alba y Miguel Bargalló. Fila del centro: Felipe Gálvez, Diego Bartolomé, Marcelino Martín (alcalde), Antonio Cañadas y Federico Ruiz. Fila inferior: Francisco Canalejas, Crispín Ortega, Gervasio Gamo, Facundo Abad y Vicente Pascual. Foto-Estrudio José Reyes. 

En las elecciones del 12-4-1931 hubo mucho orden y civismo, no obstante, hubo que repetirlas en 36 municipios de Guadalajara. El 42% de los concejales no manifestaba su identidad política, hubo poca lucha en los 408 municipios y la soberanía popular quedó escamoteada, en gran medida, por la aplicación del Art. 29. Según el censo de 1930 había 50.622 electores; por el Art. 29, el 32,6%, y el resto, 34.093, de los que votaron 16.924, el 49,7%.

Los concejales electos fueron: socialistas: 26-Art.29 y 165 por las elecciones, total 191; republicanos: 323-Art. 29, 749-elecciones, total 981; monárquicos: 75-Art.29, 129-elecciones, total 204; otros: 84-Art-29, 94-elecciones, total 178. Sin datos: 371-Arf-29, 738-elecciones, total, 1.109. En la capital hubo gran abstención, el 66,5%, mayor que en los demás municipios. Había 29 candidatos de los que resultaron 20 concejales elegidos, 6 monárquicos, 6 republicanos y 8 socialistas. Con el triunfo de la conjunción republicano-socialista, con ligera ventaja socialista, se proclamó la República a partir de las 18 horas.

Guadalajara, 15/04/1931. Manifestación de apoyo a la República a su paso por la calle Ramón y Cajal. Foto-Estudio José Reyes.

Entre el 15 y el 18 se constituyeron los ayuntamientos democráticos, en Guadalajara regido por el socialista Marcelino Martín. En la Diputación Provincial el Presidente era Enrique Riaza y el Vicepresidente Miguel Bargalló. Los Gobernadores Civiles, en el periodo 1931-33, fueron: Gabriel Golnzález Taltabull, republicano, 16-4-1931/18-5-1931; José León Trejo, republicano, 18-5-1931/8-10-1931; Juan Lafora García, Derecha Liberal Democrática, 8-10-1931/24-10-1931; Ceferino Palencia y A. Álvarez Tubán, radical socialista, 24-10-1931/5-11-1932; Miguel de Benavides Sbelly, Acción Republicana, 5-11-1932/15-9-1933. No hubo gobernadores socialistas, ni siquiera en Guadalajara donde tenían más apoyo, sólo republicanos. Los ceses fueron rápidos, ocasionados, en cierta medida, por el moderantismo del Ministro de Gobernación, Miguel Maura. Juan Lafora García dimitió en solidaridad con la salida gobierno de Maura y Alcalá Zamora.

Los candidatos para las elecciones a Cortes de 1931, en Guadalajara, fueron: por la derecha, un católico independiente, un liberal, dos católicos agrarios y dos independientes; por el centro-derecha, tres republicanos y dos de la Derecha Liberal Republicana; por la izquierda, tres socialistas. El total de candidatos fueron 14 para cubrir cuatro puestos. La derecha se presentaba dividida en seis candidaturas. La carencia de personalidades en cada provincia llevó a aceptar a las de fuera, “cuneros”. En Guadalajara hubo dos. El conde de Romanones.

Las elecciones se celebraron el 28-6-1931. De 63.130 electores, votó el 74,6%. Los diputados elegidos fueron: José Serrano Batanero (A.R.), 24.351 votos, 51,7%; Marcelino Martín González (Soc), Conjunción R.S., 50,3%; Eduardo O. y Gasset (Rad.Soc.), 39,7% (renuncia, elección parcial que ganó Miguel Bargalló para sustituirle); Álvaro Figueroa, conde de Romanones, Liberal Social, 39,2%; Miguel Bargalló Ardevol (Soc), 41%.

 

En Alcalá de Henares se vivieron una serie de acontecimientos que anunciaban la tragedia que se avecinaba. Ya había habido un muerto -según cifras del Gobierno- en la huelga de 1917, y se vio envuelta en los dos sucesos principales de la II República. En el golpe militar fracasado del 10 de agosto de 1932, fuerzas de caballería de esta plaza estuvieron implicadas en la intentona de Sanjurjo, aunque no llegaron a intervenir al enterarse del fracaso de la insurrección en Madrid y volvieron de nuevo a sus cuarteles. Durante la revolución de octubre-1934 se proclamó una huelga general que duró varios días, con la consecuencia de la sustitución del consejo municipal elegido democráticamente por una Comisión gestora formada por los principales contribuyentes, por orden del Ministro de la Gobernación. El 2 de noviembre de 1933 se había fugado de la cárcel de Alcalá Juan March, preso desde el 15-6-1932 y que posteriormente colaboraría en el alzamiento. Al proclamarse la República, Ignacio Hidalgo de Cisneros, que había tomado parte en 1930 en la sublevación militar de Cuatro Vientos y, tras su fracaso, huyó a Portugal con Ramón Franco y se estableció en París, regresó a España y se incorporó a la Escuela de Vuelo de Alcalá de Henares como segundo jefe.

Las elecciones celebradas en Alcalá el 16-2-1936 se desarrollaron con bastante normalidad; por primera vez salieron a votar las numerosas religiosas, lo que indica la importancia que se daba a la ocasión. Ganó la coalición frentepopulista y la Casa del Pueblo celebró la victoria con manifestaciones en los dos días siguientes, durante los cuales se provocaron destrozos en los locales de Acción Popular y en establecimientos como el de D. José rodríguez Salinas, concejal de la Comisión gestora. El ambiente estaba cargado por el intento de asalto a la cárcel para liberar a los detenidos en 1934 y por las provocaciones de algún elemento de la clerecía. El resentimiento contra la Iglesia y el Ejército estaba muy presente en Alcalá. Al Ayuntamiento volvió la corporación suspendida en 1934 con D. Juan Atº Cumplido Barco al frente. Las preocupaciones fundamentales eran el paro y el abastecimiento de agua.

Hubo otros conflictos como el que se produjo el 4 de marzo en la calle Mayor-Plaza de Cervantes entre un grupo de obreros y dos hermanos, uno militar retirado por la ley Azaña, con intercambio de disparos que produjeron heridos. Se encarceló a algunos derechistas, pertenecientes a la CEDA o a Acción Católica, y se les requisaron armas, aunque fueron liberados pocos días después. El día 5, como protesta, hubo huelga general, saqueo y quema del mobiliario de la iglesia de los Jesuitas y destrozos en propiedades de los implicados. Se encontraron armas en un convento y el Ejército, por orden del Alcalde, evitó la quema de las iglesias. Este hecho le costó la alcaldía, sucediéndole D. Pedro Blas.

La ruptura entre el pueblo y los militares de Alcalá era evidente. El Jefe de Gobierno, Casares Quiroga, ordenó la salida de la ciudad de los regimientos de caballería, siendo sustituidos por unidades de reciente creación y de supuesta lealtad republicana. Los que no quisieron irse fueron detenidos. Estos hechos causaron gran escándalo a nivel nacional hasta el punto de una interpelación de Calvo Sotelo en las Cortes el 16-6-1936, defendiendo a los militares. Aumentaba el malestar en el Ejército. Al marcharse los militares quedaron desbaratados los contactos con civiles para una posible sublevación. El 20 de mayo llegaron los nuevos contingentes militares y no fueron recibidos con mucho entusiasmo. La Guardia Civil de Alcalá y comarca fue trasladada a Madrid con lo que quedaron desbaratados nuevos contactos con los civiles.




Al producirse el alzamiento militar el 18 de julio de 1936, esta zona quedó dividida. Alcalá y Guadalajara quedaron en el bando nacional, pero la columna de Puigdéndolas las recuperó el 21, Alcalá a las 8 de la tarde (sólo el aeródromo permanecía leal al Gobierno) y Guadalajara al día siguiente, llegando las milicias republicanas hasta Jadraque. Se cometieron actos muy graves como el fusilamiento del comandante Ortiz de Zárate, jefe de las tropas sublevadas en Guadalajara. Ese mismo día la columna de García Escámez, que iba a ayudar a Guadalajara, supo su caída y regresó hacia el norte (había pasado cerca de Atienza, llegó a Miralrío y volvió por el mismo lugar).



                                             El coronel Puigdéngolas en Alcalá de Henares

El frente, a mediados de septiembre de 1936, iba por debajo de Atienza hacia Sigüenza, que resistía en una bolsa, y hacia Alcolea del Pinar. La columna de Marzo atacó Sigüenza partiendo de Atienza. También llegó la columna de Martínez Zaldívar que ocupó Alcolea el 24 y Horna. En octubre quedó Atienza en el bando nacional, Sigüenza a principios de noviembre y Cogolludo a finales. 

El frente, a mediados de noviembre de 1936, llegaba cerca de Jadraque. El máximo avance llegó a Trijueque y Brihuega, pero el frente se estabilizó a mitad de camino entre Jadraque y Trijueque. El valle del Sorbe era republicano. El 1/10-1-1937 se produjo una ofensiva republicana hacia Sigüenza que progresó poco.

En los días 6 y 8 de noviembre de 1936 se sacaron presos de las cárceles madrileñas y se trasladaron, en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías, a Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, donde fueron fusilados y enterrados en grandes fosas comunes. Desde la óptica anarquista, dos hombres tuvieron una valiente actitud denunciando los crímenes de la retaguardia. Fueron Joan Peiró y Melchor Rodríguez que, desde su puesto de director General de Prisiones, evitó desmanes y se opuso enérgicamente a las sacas. Impidió que las masas asaltaran y fusilaran el día 8 de noviembre a los detenidos de la cárcel de Alcalá de Henares.

En esos momentos había diputados de las fracciones de derecha de la Cámara presos o en situación ignorada, probablemente ocultos en las poblaciones de la zona leal. Entre estos estaba José Arizcún de Guadalajara.



La cercanía de esta zona a Madrid propició que se viera envuelta en la batalla por la capital. Por orden del 18-10-1936 se creó en Alcalá de Henares el campamento de instrucción de una de las seis primeras Brigadas Mixtas, y esta ciudad sufrió un bombardeo aéreo el 10-2-1937.

viernes, 12 de abril de 2024

Entre el Bosco y Sorolla.



El Museo de Bellas Artes de Valencia se creó en 1837 como Museo Provincial para albergar los bienes muebles procedentes de la desamortización del patrimonio eclesiástico. En 1913 se le asignaron también las demás colecciones estatales de Valencia y, en 1984, se transmitió a la Comunidad Valenciana, que siguió adquiriendo obras. El núcleo más importante lo constituyen los pintores valencianos, entre los que destacan José de Ribera, Mariano Salvador Maella, Vicente López o Joaquín Sorolla. Pero se enriquece con otras piezas de distintas procedencias geográficas y de grandes maestros. Algunas obras del Museo pueden verse en esta exposición en la Fundación María Cristina Masaveu, Madrid.



Joan Reixach (Valencia, 1431 / 1486), San Jaime y san Gil abad, 1450-1460, temple, óleo y oro sobre tabla.

Maestro de Altura (segunda mitad s. XV), Santa Catalina de Alejandría, 1450, temple y óleo sobre tabla.

 

Jheronimus van Aken, El Bosco, (S-Hertogenbosch, Brabante septentrional, 1450-1516), Tríptico de la Pasión o de los improperios: Coronación de espinas, 1510-1520, óleo y oro sobre tabla.

Procede de la colección de Mencía de Mendoza, marquesa de Cenete, quizá la mujer más cultivada del siglo XVI español. Casó en segundas nupcias con Fernando de Aragón, duque de Calabria, y se convirtió así en virreina de Valencia. En la capital se dispuso el enterramiento de sus padres y el suyo propio en la Capilla Real del Convento de Santo Domingo, que fue dotada de un rico ajuar artístico, en el que destacó esta soberbia pieza.

Miguel Esteve (Xátiva, Valencia, 1485 – Valencia, 1527), Sagrada Familia, 1520, óleo sobre tabla.




Juan Sariñena (Aragón, 1545 – Valencia, 1619), Salvator mundi, 1600, óleo sobre lienzo.

Sariñena se formó en Roma antes de 1580, fecha en que se lo documenta en Valencia, cuyo panorama artístico estaba dominado por la influencia de Joan de Jopanes, y en él Sariñena introdujo la sencillez de la contramaniera romana y un incipiente realismo que fue muy del gusto del arzobispo. En un ambiente marcado por la aplicación de los preceptos de la Contrarreforma, supo crear imágenes devocionales que orientaron el arte valenciano hacia el naturalismo del Barroco.

 



Joan de Joanes (¿Valencia?, 1505 – Bocairent, Valencia, 1579), Pentecostés o Venida del Espíritu Santo, 1578, óleo sobre tabla.

El estilo de Joanes parte del Renacimiento practicado por su padre, Vicente Macip, quien a su vez lo había adquirido de Paolo de San Leocadio. No obstante, la madurez de su pintura a partir de los años treinta, con un sabio manejo de las formas de Rafael y una tendencia al amaneramiento romanista, no se explica sin una profunda reflexión sobre las obras de Sebastiano del Piombo, que habían llegado a Valencia con el diplomático Jerónimo Vich y Valterra en la tercera década del siglo.






José de Ribera (Xátiva, Valencia, 1591 – Nápoles, 1652), San Andrés, 1630-1640, óleo sobre lienzo.

Ribera se formó en Valencia, quizá en el taller de los Ribalta, pero pasó muy joven a Italia, donde definió su personal estilo. En Roma absorbió el naturalismo extremo de Michelangelo Merisi da Varavaggio, pero fue en Nápoles donde desarrolló su realismo descarnado, tanto en las escenas religiosas de gran dramatismo como en sus medias figuras de filósofos y santos basados en modelos del natural, de los que este San Andrés es un formidable ejemplo: un santo visionario que alza sus ojos hacia una divinidad oculta al espectador.

 



Pieter Paul Rubens (Siegen, Westfalia, 1577 – Amberes, 1640) y taller, La Virgen con el Niño o Virgen de Cumberland, 1620, óleo sobre tabla.

Rubens fue el pintor de más éxito en la Europa de las primeras décadas del siglo XVII. En su obra supo conjugar el naturalismo con el rico colorido de origen veneciano y una tendencia natural hacia la teatralidad escenográfica. En esta Madonna, que sigue el modelo que ya empleó en el Tríptico Michielsen de Amberes (1618, Koninklijk Museum voor Schone Kunsten), el artista flamento consigue despojar la escena de todo contenido religioso para retratar de manera magistral el amor y la preocupación de una madre por su hijo.






Vicente López Portaña (Valencia, 1772 – Madrid, 1850), Ana Cabañero y retamosa, 1840, óleo sobre lienzo.

Pintor de cámara de Carlos IV y Fernando VII, fue el artista español más relevante de las primeras décadas del siglo XIX. Formado a finales de la centuria anterior según postulados académicos, supo evolucionar desde las formas tardobarrocas de su primera producción hacia el Romanticismo. El retrato de Ana Cabañero corresponde a su etapa final de madurez y muestra, además de su excepcional pericia técnica, sus dotes para captar la intimidad de la retratada.


 

Luis López Piquer (Valencia, 1802 – Madrid, 1865), La familia de los condes de Cervellón, 1846, óleo sobre lienzo.

Este excepcional retrato de familia refleja el Romanticismo cosmopolita que el hijo de Vicente López aprendió en París, de donde procede también el marco original de la pieza. Aquí, el pintor conjugó la manera tradicional que tenía la aristocracia de representarse, con énfasis en la genealogía de los condes de Cervellón y duques de Fernán Núñez, con el nuevo gusto burgués. Así. La familia aparece en un interior acomodado, en el que cortinas, alfombra y mobiliario dotan a la escena de cierto aire doméstico.

 


José Benlliure Gil (Valencia, 1855-1937), El mes de María en Valencia, 1888, óleo sobre lienzo.

Encabezó una de las sagas familiares más relevantes del panorama valenciano del periodo de entresiglos. Formado con Francisco Domingo Marqués, su curiosidad lo llevó a Madrid, a París y, a partir de 1879, a Roma. En la capital italiana mantuvo un estudio abierto durante décadas y acabó dirigiendo la Real Academia de España. Fue allí donde absorbió la pintura preciosista de Mariano Fortuny que anima esta obra en la que destaca el dominio de los valores matéricos y atmosféricos.

Aureliano de Beruete (Madrid 1845-1912), Convento de Santo Espíritu. Segovia, 1908, óleo sobre lienzo.



 

Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), Bacante en reposo, 1887, óleo sobre lienzo.



Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), La primavera o Labradora valenciana, 1900, óleo sobre lienzo.

Es una pieza singular pues se trata del modelo que realizó en 1900 para ser reproducido en azulejería por la Casa Miralles de Barcelona. Los colores puros, la pincelada nítida y el contorno de la silueta convierten el perfil riguroso de la dama en una obra con aromas modernistas. Al mismo tiempo, la concentración de elementos simbólicos como las flores, la huerta, la luz, el tejido de seda y el aderezo tradicional hacen de esta pintura una alegoría de Valencia.


Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), La cocina de la huerta, 1900, óleo sobre lienzo.

Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), Marina, 1907, óleo sobre lienzo



Antonio Muñoz Degraín (Valencia, 1840 – Málaga, 1924), El Bósforo. Constantinopla a orillas del Bósforo, 1909, óleo sobre lienzo.

Antonio Muñoz Degraín (Valencia, 1840 – Málaga, 1924), Paisaje granadino, 1915, óleo sobre lienzo.

El paisaje fue el género predilecto de Muñoz Degraín, en el que pudo aplicar de manera decidida sus experimentaciones en torno al color. Aquí, como en otras obras ambientadas en Andalucía o en Oriente, el color y las gradaciones tonales se convierten en protagonistas del lienzo. No menos importante en la obra es la sublimación del paisaje ante un ser humano empequeñecido, propia de la impronta wagneriana en cuya estela se ha incluido buena parte de su pintura.

 


Balbino Giner García (Valencia, 1910 – Perpignan, 1976), Cuerda de presos. Deportados a Bata, 1932, óleo sobre lienzo.

Equipo Crónica (Rafael Solbes y Manuel Valdés, 1965-1981), Rafael Solbes (Valencia, 1940-1981), Manuel Valdés (Valencia, 1942), El alambique, 1967, acrílico sobre táblex.

 

lunes, 8 de abril de 2024

Ábsides románicos verticalistas.

Es bien conocido el castillo-monasterio de Loarre, en la provincia de Huesca, del siglo XI, el castillo románico mejor conservado de Europa, aparecido en películas como El reino de los cielos. Su estampa lejana es muy icónica y uno de los elementos que destacan es el ábside de su iglesia románica, muy alto, de los llamados verticalistas, según Miguel Soriano. El tambor absidal se eleva desde la roca firme y permanece exento en gran parte. Una serie de columnas-contrafuerte sobre pilastras a distintas alturas acentúan la verticalidad de la construcción. La decoración es típicamente jaquesa y trae a la memoria la del ábside sur de la catedral de San Pedro de Jaca. 


La escalera de acceso al castillo cruza transversalmente la iglesia de San Pedro por debajo, adaptada al terreno con trayecto ascendente, limitado por sendos arcos fajones sobre pilastras.  A ella se abren la entrada a la cripta de Santa Quiteria a la derecha y enfrente el cuerpo de guardia. Cubre con bóveda de medio cañón y se adorna con moldura jaquesa, ajedrezada. La escalera forma tres calzadas, mayor la central.


 

Lo que interesa señalar en este momento es la cripta, situada debajo de la cabecera de la iglesia, que es lo que hace que el ábside de esta iglesia sea tan alto. La cripta reproduce la planta de la iglesia superior, a la que está unida mediante escalera con funcionalidad religiosa relacionada con las reliquias de san Demetrio. Consta de un ábside cilíndrico cerrado con bóveda de cuarto de esfera prolongado por un tramo de medio cañón. El cilindro absidal está decorado con cinco arcuaciones que enmarcan ventanales de derrama interior y aspillerados al exterior. La estancia es recorrida por una imposta abilletada, tangente a las arcuaciones. Sobre el arco de medio punto de acceso hay un crismón descentrado -quizá reutilizado- que señala la entrada a lugar sagrado, datado hacia 1070.

Hay dudas sobre la denominación de cripta, término que sirve para designar a una iglesia construida bajo el nivel del suelo, lo que no es el caso. En sentido estricto habría que llamarla iglesia inferior. Se hizo para salvar el desnivel, porque no se podía retrasar el templo, pero no sucede así en otros lugares, en los que se buscan lugares con talud para edificar la cripta sin necesidad de excavar. En conjunto, la cripta o iglesia inferior alarga el ábside de la iglesia, dando la sensación de mucha mayor altura.

 

Loarre no es el único ejemplo en este estilo. El de Leyre es el caso más antiguo de estos ábsides, que tuvieron un desarrollo extraordinario en Navarra y Aragón. También son así los de San Martín de Unx, San Felices de Uncastillo, Sos del Rey Católico, Murillo de Gállego, Luesia y otros, más alejados, como San Vicente de Ávila u Olius. En todos ellos se utilizó la cripta o iglesia inferior para regularizar los desniveles del terreno.

 

Monasterio de Leyre.

Está documentado desde el siglo IX, discurriendo su historia ligada al reino de Navarra. Se reconstruyó en 1022 en estilo románico -cabecera del coro y cripta-, introduciéndose la regla cluniacense. Desde el siglo XI la cripta sirvió de panteón real. Pasó a los cistercienses en 1307 y estuvo deshabitado, Desamortización de Mendizábal, entre 1836 y 1954, cuando se establecieron monjes benedictinos de Santo Domingo de Silos. La iglesia monacal de San Salvador es el punto central y tuvo gran importancia en el desarrollo de la arquitectura monacal en España. Esconde magníficos tesoros como la cripta del s. XI, la bóveda gótica o la “Porta Speciosa”, un perfecto pórtico románico del s. XII. Llama la atención el exterior de los tres ábsides semicirculares de igual altura y una configuración lineal muy interesante desde el punto de vista estilístico. En el ábside se encuentra la cripta y la cabecera del coro a la cual se incorpora la nave central. La cabecera del coro es la parte más antigua e importante del templo.

La cripta -la parte más antigua de todo lo conservado- posee un ingreso de características muy peculiares y carente de decoración, en el que se advierten los comienzos de la arquitectura románica. El interior tiene unas potentes columnas hundidas en el suelo y coronadas por sencillos pero bellos capiteles. El angosto recinto, en el que se acumulan masas de piedra, con fustes de escasa altura y robustos capiteles es una clara muestra de la sobriedad propia del románico más arcaico

Según la tradición, Virila no comprendía el misterio de la eternidad del cielo ni de su interminable felicidad. Un día fue atraído por los trinos de un ruiseñor y se adentró en el bosque. Extasiado, permaneció oyendo al pajarillo durante 300 años y al volver creyendo que sólo había transcurrido un rato, los monjes tuvieron que recurrir al archivo para reconocerle. En ese momento el pajarillo volvió y Dios se le apareció para hacerle comprender que la felicidad celestial era muy superior a la sentida al oír el canto del ruiseñor.

La cabecera del templo es magnífica. Consta de tres ábsides de notable altura edificados en bloques de piedra sillar de gran tamaño. Los sillares están perfectamente trabajados y poseen unos matices cromáticos únicos, gracias a su veteado rojizo. Los ábsides son de forma seudo-troncocónica y no poseen más ornato que los ventanales y canecillos historiados sustentando la cornisa. Los ventanales de la iglesia inferior (que no cripta, pues está por encima del nivel del suelo) poseen una luz rasgada. Son de medio punto elaborado a base de toscas dovelas, al igual que los superiores, siendo estos de mayor tamaño y amplitud.


 

San Martín de Unx está considerado uno de los templos más encantadores del románico navarro, similar a los de Sangüesa, Uncastillo o Sos del Rey Católico. A pesar de algunas transformaciones a lo largo del tiempo, conserva la cabecera, la preciosa portada, la nave, casi todo el conjunto de escultura exterior e interior y su interesantísima cripta que le da una personalidad singular.


El acceso a la cripta, lo más característico, es desde el interior de la iglesia, por una escalera de caracol en el segundo tramo de la nave. Se sitúa bajo el ábside y es de unas dimensiones notables. El espacio está dividido en tres naves delimitadas por seis columnas exentas más las adosadas a los muros que conforman nueve tramos cuadrangulares, y otros tres más que se adaptan al semicírculo del ábside. La cubierta es de bóvedas de aristas, formadas mediante arcos formeros y fajones.







La cabecera del templo es sorprendentemente elevada, dada la superposición de cripta e iglesia superior, reforzando la sensación de verticalidad los recios contrafuertes prismáticos adosados.





San Felices de Uncastillo


El burgo de repoblación a que corresponde este barrio fue impulsado por Sancho Ramírez a finales del siglo XI. El templo se edificó en varias etapas, iniciándose en la cripta, el lado occidental de la nave y el primer tramo de la torre. Al paralizarse las obras, la cripta serviría como templo, hasta que se terminó la fábrica en 1159-1169. Parece que aquí inició su carrera el “maestro de San Juan de la Peña, o maestro de Agüero”, aportando sus rasgos definitorios en la decoración escultórica.

 


Es de nave única con torre adosada a sus pies y cripta bajo la cabecera para salvar el desnivel del terreno, con acceso propio desde el lado sur. La fábrica es muy sencilla: contrafuertes que la dividen en lienzos sin decoración y cornisa simple. Lo más interesante de la misma son sus portadas, en especial la del muro sur, típica del maestro de Agüero. Es obra de finales del XII o principios del XIII. La cripta tiene un ábside y un tramo abovedado con medio cañón situado entre dos fajones.


 

San Esteban de Sos del Rey Católico.


En 1094 se refugió en Aragón (acogido por el rey Sancho Ramírez) el obispo de Santiago de Compostela don Diego Peláez, desterrado de su diócesis por el rey castellano Alfonso VI. Al prelado le acompañaba el maestro Esteban a cuya mano corresponden los dos bellos capiteles de su cripta. Este afamado maestro se hallaba trabajando en el inicio de la catedral de Pamplona en 1100. 

La cabecera del templo está compuesta por tres alargados ábsides con contrafuertes que alcanzan hasta la cornisa, uno cada uno de los laterales y dos el central. En la separación de la iglesia inferior con la superior los radios absidales disminuyen y los contrafuertes se estrechan. En el tercio superior de los ábsides se abren los ventanales que se decoran con arquivolta con moldura cóncava y baquetón. Apean en columnillas a través de capiteles historiados. Por fuera de la archivolta poseen guardapolvo decorado. Enmarcando los ventanales hay dos molduras corridas a lo largo de los tras ábsides, a nivel de la parte inferior de los ventanales y continuando los ábacos. Se decoran con ajedrezado jaqués el inferior y con lacería y diversos motivos, el superior. Bajo las cornisas hallamos canecillos historiados. En la unión de ábside central con laterales hay a modo de articulación sendas columnas, que rematan en capiteles contribuyendo a sustentar la cornisa.



La cripta del templo de San Esteban data de finales del siglo XI es sin duda lo más antiguo. Tiene una bella portada de acceso. La iglesia superior es más tardía, concluyéndose hacia el mismo momento en que se rehace su castillo por parte del Rey Monje (1134 -1137).




Murillo de Gállego

En la cabecera del templo, de depurada técnica de cantería y pureza de líneas, se advierten distintas fases edificativas. Se construyeron las criptas sobre un basamento macizo de una veintena de hiladas, más toscas las inferiores, delimitado por una imposta. El ábside norte está oculto por construcciones posteriores (sacristía y sala superpuestas). El nivel aproximado de final de criptas y comienzo de naves lo marca al exterior la transformación en columnas adosadas de las pilastras-contrafuerte; dobles en el ábside central -en número de dos- y simple en el lateral. La zona de la cripta tiene capiteles de fina labra, igual que las zonas inferiores de la iglesia superior, mejores que los más toscos situados en altura. Las pilastras se continúan en altura con tres columnas hasta la cornisa en el ábside lateral y en el central con dos grupos de tres columnas. Todas rematan en capiteles historiados que sustentan la cornisa, al igual que ménsulas, también historiadas y de difícil observación dada su altura.


Los ventanales de la cripta central se hallan en un plano ligeramente inferior al de la lateral, como su nivel, mientras que en las naves se invierte esta disposición. El acceso es por dos escaleras intramuro, compuestas de cuatro tramos en ángulo de 90 grados, que parten de la parte posterior del transepto y desembocan en el exterior del muro de poniente de las criptas laterales, para lo que hubo que añadir un cuerpo sobresaliente a modo de contrafuerte.






 San Salvador de Luesia

Quedan dos esbeltos ábsides, perdido el del norte. Los vanos del templo y de su cripta se hallan muy deteriorados, habiendo perdido toda su decoración. A pesar del desgaste se adivinan baquetones en el medio punto de los ventanales, resto de capiteles y guardapolvo ajedrezado. También imposta bajo los ventanales y continuando los ábacos de los capiteles. Alargados contrafuertes, como es típico en la zona, se elevan hasta debajo de la cornisa actual. La original, antes de que el templo fuera recrecido, se situaba poco por encima de los ventanales.


 

San Vicente de Ávila

La edificación del templo se inició a principios del siglo XII por su cabecera que muestra un decidido románico pleno, con unas dimensiones notables en su cabecera. El material con que se edificó fue la "piedra caleña", una arenisca con tonos rojizos, “arenisca sangrante”. La base de la cabecera es el lugar donde fueron depositados los cuerpos de los mártires, probablemente un cementerio romano. Los cilindros absidales continúan en altura a las respectivas criptas por medio de lienzos lisos con semicolumnas adosadas que desde su arranque alcanzan las respectivas cornisas. En el ábside central hallamos dos semicolumnas mediales y otras dos laterales compartidas con los ábsides laterales a los que sirven de articulación. Mediante ellas se configuran dos alargados lienzos en cada ábside lateral y tres en el central.




Bajo la cabecera del templo se halla la cripta triple, “La Soterraña” -igual que la talla románica de la patrona de Ávila-, repitiendo el perfil en planta de los ábsides, a la que se accede por escalera en la zona anterior de la nave norte.






Sant Esteve de Olius


Esta iglesia, buena representación de arte románico lombardo catalán, fue consagrada en 1079. Consta de una nave, cubierta con bóveda de cañón, dividida en dos espacios a diferente altura, unidos por dos escaleras laterales. El campanario es de planta cuadrada y tiene cuatro ventanas en arco de medio punto. Bajo ellas se ve una moldura con aspilleras.

 

A la cripta, cuyo altar estaba dedicado al Santo Sepulcro, se accedía antes por dos escaleras laterales, ahora tapiadas. Ahora se accede por una única escalera central. Tiene forma rectangular con seis columnas diferentes que se abren en forma de palmera, que aguantan arcos de medio punto y bóvedas de arista, creando una bella estancia. La puerta original quedó inutilizada tras un terremoto en el siglo XVII, que desprendió parte del terreno exterior, quedando la puerta a dos metros sobre el nivel del suelo. Por ello se abrió una nueva puerta en la pared oeste.